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26/12/13

Bolivia, desde la Isla del Sol hasta Uyuni

La vieja dupla

Llegando a la Isla del Sol

Al comenzar mi primer mañana en Bolivia, desayuné rápidamente y emprendí mi camino al Puerto, desde donde salen las lanchas a la Isla del Sol. La Isla tiene dos puntos neurálgicos de llegada y salida de pasajeros. En teoría, mi viejo compa de viaje, Mica Badal (Bicinator), me esperaba en una cueva en la zona oeste de la parte norte de la Isla. Sin comunicación y con ese solo dato, no tuve más alternativa que viajar a la Isla y emprender mi camino de búsqueda. La lancha estaba completa, y el 100% eran viajeros, generalmente mochileros que están haciendo la ruta Sudamericana. 

Un poco de data sobre las lanchas

Salen todas las mañanas a las 8am desde el mismo lugar y te las intentan vender con anticipación por el mismo precio que en el muelle, en las agencias de viajes ubicadas sobre la peatonal principal. El precio para viaje redondo es de 35 pesos bolivianos (5U$D) y sino podés comprar por 20 pesos la ida hasta la parte sur de la isla y por 25 la ida a la parte norte de la Isla. Para caminar de un lado al otro se requieren entre 3 y 5 horas dependiendo de tu ritmo, y en general se recomienda llegar a la parte norte y caminar hasta la parte sur. Entre medio hay restos arqueológicos y otras “atracciones” que deben pagarse por separado, por lo que se debe ir con unos pesos extras para pasar el día. La lancha te deja a las 10hs en la parte norte, y luego  te recoge a las 13.30hs por el mismo lugar o podés subirte en la parte sur a las 16hs. En caso de querer quedarte, hay múltiples opciones básicas de alojamiento y comida.

El encuentro

Llegando a la guarida

Llegué a las 10 am a la Isla del Sol, y loco Mica me esperaba en el muelle. Los había dejado a él y a mi brother Tatan Espina en los primeros pasos en Panamá el 27 de Junio, por lo que siendo ya 25 de Octubre, teníamos bastante para ponernos en tema. Compramos unas provisiones y nos fuimos hasta la cueva  donde haríamos un éxodo del mundo turístico para anclarnos en un sector totalmente natural, durmiendo dentro de una cueva, y agradeciendo un nuevo atardecer con una fogata que duraría horas y horas de charlas.
Luego de unas buenas horas de descanso, decidimos seguir viaje. Desarmamos el campamento, y nos propusimos regresar al muelle para cruzar a Copacabana en el primer barco que cruzara. A las 10.30hs nos subimos al primero y salimos rumbo a Copacabana.

Copacabana

Al llegar, fui directo al mercado, ya que como en el Olas de Copacabana hay una terraza con cocina, nos propusimos hacer una digna comilona de festejo. Así, en el mercado compré una gran diversidad de frutas y verduras, un riñón fresco, y un vinito para darle sabor y maridaje. El resto de la tarde fue planear un poco los próximos pasos, acondicionar nuestro equipamiento que olía a mono, y dejar todo listo para el próximo día.

Llegando a La Paz

Nos despedimos de Rosa y Ramiro, y agradecidos por su gentileza emprendimos nuestro camino a La Paz. Nos separaban 143km, y entrar a la ciudad no nos seducía demasiado. Dejamos un poco al plan libre el seguir, y luego de pernoctar en un pueblo decidimos quedarnos dos noches en La paz, para arreglar un componente de la bici de Mica, cosa que sería más engorrosa en los próximos pueblos. Una vez en La Paz, nos fuimos directo a La Casa del Ciclista, donde nos recibió su dueño Cristian, y nos encontramos con Alex (Austria) y Matt (Inglaterra). El primero recorriendo Argentina – Alaska y el segundo Inglaterra – Australia y luego cruzar a Sudamérica, fueron excelentes compañeros de piso e intercambiamos múltiples charlas y buenos tiempos. Como siempre aprovechamos para hacer nuestra clásica “comilona”, ya que contábamos con cocina y gente para celebrar. La comida se ha vuelto en el gran lujo de viaje, despojando en jerarquía a cualquier otro “gustito” que uno pueda darse. También, el acercarnos al Salar de Uyuni y la ruta Sud Lipez, nos ponía ansiosos y nos hacía querer estibar más y más sabiendo lo rustico y básico que sería el recorrido en materia de alimentación y servicios.

Ciclistas en la Casa del Ciclista de La Paz

 Una relación poco amistosa entre ciclistas y automovilistas

Arrancamos cerca del mediodía luego de un buen descanso nuestro camino hacia Oruro. Nuestra ruta al sur seria pasando por Oruro y luego decidir de acuerdo a nuestra experiencia en ruta si nos desviábamos a Potosí, o si tomábamos el tren a Uyuni y obviábamos un largo recorrido de ruta sin mucho que ver.

El vuelo

El día fue largo, fueron 150 km, y la experiencia fue devastadora para la mente. Estando alerta el 99% del tiempo de la distancia con la que cada auto, camioneta o camión pasaba de nuestra bicicleta, decidimos que ya no recorreríamos rutas principales de Bolivia. Los camiones se abren como si te dieran paso, y luego se cierran tanto que si no querés terminar bajo las ruedas, tenés que tirarte de la ruta. Como hay una doble vía en construcción, dicha acrobacia no podía hacerse en tramos donde una retroexcavadora había comido casi un metro de tierra en profundidad en lo que en teoría era la banquina.  Por el lado bueno, cuando había tramos con la vía nueva en buen estado, pedaleábamos solos en la misma, haciéndolo mucho más placentero y tranquilo al viaje. Sin mucho para ver en el camino, hicimos 150km hasta la ciudad de Oruro, donde nos recibieron en el Hostal Graciela. 

Otro día que termina...

Absolutamente decididos a dejar el pavimiento, compramos tickets de tren Oruro – Uyuni, por la módica suma de 60 pesos bolivianos (9U$D). Allí en el hostal, aprovechamos a descansar, y luego aprovisionarnos para nuestros próximos pasos. Sabíamos que en el pequeño pueblo de Uyuni es difícil encontrar muchas provisiones, y dado que el 90% de la gente es turista, los precios tienen el “aumento gringo”, conocido por el ambiente viajero. 

Al otro día, saludamos a nuestros amigos del Hostal Graciela, y nos fuimos a la Estación del Tren, donde luego de subir los corceles a la bodega nos ubicamos en nuestros asientos, disfrutando de un viaje espectacular, viendo el atardecer sobre el altiplano, y mirando bandadas de flamencos emprender vuelo desde las lagunas en altura. Una despedida espectacular del mundo citadino, para comenzar a disfrutar de las maravillas naturales que caracterizan a Bolivia.

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