Terminar un
viaje de este calibre no fue tarea fácil. Luego de algo así como 27000km (no
llevo odómetro para contabilizarlos de manera exhaustiva), la travesía llegaría
a su fin recorriendo los 105km que separan las ciudades de Tolhuin y Ushuaia,
en Tierra del Fuego, Argentina. Habiendo descansado y llenado nuestros
estómagos de deliciosas creaciones en la Panadería la Unión, ya nos habíamos
despedido de todos y solamente nos quedaba pedalear este tirón, al cual ya
había imaginado en un centenar de oportunidades. Al comenzar, se irían
presentando uno a uno los obstáculos para hacer de este día algo totalmente
memorable.
Luego de
despedir a todos los empleados de la Panadería y hacer las tradicionales fotos
para sellar en nuestros recuerdos a la gente que nos apoya en el camino, era
hora de salir a la ruta. Como primer inconveniente y un detalle no menor,
comenzaron a caer suaves y fríos copos de nieve del cielo, como si fuera el
papel picado de una fiesta para celebrar este día. Estábamos ya terminando el
mes de abril y habíamos contemplado la posibilidad de pasar frio en algún
tramo, pero sin haberlo sufrido realmente en ningún momento, es posible que
hayamos subestimado este no menor detalle.
La nieve hizo al manejo de la bici
un poco complicado dado que se iba acumulando en la ruta, y debíamos tener el
doble de cuidado con el transito que podía no vernos y así arruinar por
completo toda la travesía. También, la constante lluvia y nieve sobre el cuerpo
hace cada vez más difícil mantener la temperatura y el degaste se volvía cada
vez mayor. A mitad de camino hay un parador llamado Villa Mariana, donde hice
mi primera parada. Mis compañeros Devin y Steph siguieron de largo ya que
habían frenado antes, por lo que luego los alcanzaría en algún momento. La
clave era frenar, tomar algo caliente, y devolverle al cuerpo algo de aire
luego de tanto frio, nieve, y viento en contra. Habiendo recorrido la mitad del
camino, ya no había vuelta atrás: ese día terminaba mi aventura como sea. Al
llegar las empleadas no dudaron en invitarme a pasar y reposar un rato junto a
la salamandra que estaba al rojo vivo para calentar el restaurant donde
atienden a sus visitantes.
Mi aspecto rasgado y desgastado llamo bastante la
atención de los presentes pero nadie se animó a preguntar qué estaba haciendo
en ese momento, por lo que ahorre la explicación para otros tantos que me
cruzaría en el camino. Finalmente me inspire y volví a la ruta para enfrentar
el próximo desafío bajo la nieve: El Paso Garibaldi. Con tan solo 500 metros de
altura, este paso no debía ser un gran desafío luego de algunos otros mucho más
escalofriantes, como lo recorrido en otros tiempos en las Lagunas en altura de
Bolivia. Sin embargo, la particularidad de este paso es que como encajona un
valle y es la válvula de una corriente de viento, a la subida se le suma una
constante y no menor cantidad de nieve, que sumado al tránsito convencional y
pesado, lo vuelven un desafío más de supervivencia que de esfuerzo físico. Las
vistas son verdaderamente increíbles una vez en la cima, situación que nos
obliga a frenar para sacar una foto y seguir viaje. Al cruzar hacia el valle siguiente, las
expectativas no fueron superadas bajo ningún concepto: la nieve era cada vez más
y ya no había ningún tipo de parada posible hasta llegar al menos a Tierra
Mayor, una reserva a unos 10km antes de la entrada de Ushuaia.
En mi caso
personal, comencé a bajar la temperatura corporal al punto que se me
adormecieron las manos y los pies y poco a poco la motivación mental se iba
deteriorando, más allá de que la determinación marcaba que no fallaría en mí
llegada a destino fuera como fuera. Al llegar a la altura del Cerro Castor,
busque algún tipo de refugio pero no tuve suerte, por lo que seguí mi camino
para hacerlo en Tierra Mayor. Pedalee con los ultimo esos 10km, pero por alguna
razón que todavía no logro comprender decidí pasar Tierra Mayor de largo e
intentar llegar a Ushuaia con lo que quedaba en el fondo de mi tanque de
combustible corporal. Unos 6km previos a la llegada de Ushuaia, sufrí lo
inesperado: el cuerpo me dijo BASTA, y ya no podía pedalear ni un metro más. Me
dolían las manos de la hipotermia, ya no sudaba por el frio, y lo que había
sudado se me había congelado junto al rompeviento que había condensando en el
interior. Al bajar de la bici me refugie en el edificio del Circulo Policial de
Ushuaia, que tenía una pared que daba al Norte, que cortaba la tormenta de
nieve.
Ahí mismo había una salida de un calefactor que estaba al rojo vivo, por
lo que junto a la ayuda de mi bolsa de dormir de pluma, poco a poco volví a
juntar calor corporal, y sentirme en condiciones de seguir viaje para
finalmente dar fin a este día tan tragicómico. Cuando comenzaba a sentirme
mejor, siento la voz afrancesada de mi compañera Steph, que venía detrás de mí
y que disfrutaba de estar en un clima similar a su frio Quebec, en el Este
Canadiense. Eso me regalo un par de carcajadas, suficientes para que juntos
sigamos estos últimos 6km, de noche y nevando en nuestras caras. Me sacaba las
gafas porque se me acumulaba la nieve, y luego me las ponía porque la misma me
pegaba de lleno en los ojos como un punado de arena. Me encargue de insultar a
grito vivo a todo ser vivo familiar de los Loros, y luego de tan solo 6km nos
encontró la entrada de Ushuaia. Cumplimos con nuestro objetivo, pero no quedaba
resto ni para gritarlo!!!
Ya agotados, seguimos camino al centro, que nos
esperaba a unos 6km extras, pero que a esta altura y ya dentro de la urbe no
eran un desafío tan loco. Nuestros amigos nos esperaba en el Hostel Backpackers
“El Refugio de los Mochileros”. Allí Gisela y Alejandro, sus actuales dueños,
nos recibieron con bombos y platillos, al igual que todos nuestros amigos
ciclistas que habían llegado en los últimos días. Sin pulso ni para firmar el
formulario de ingreso, me indicaron donde dejar mis cosas, y luego a la ducha
directo sin muchas escalas!!! El valor de una ducha caliente y un plato de
comida nunca alcanzo un calibre tan alto, se los puedo asegurar.
Terminar el
viaje fue el cierre de mi proyecto personal más ambicioso en todo sentido. Comprendí
el valor de muchos sentimientos que siempre me acompañaron pero en ocasiones no
les había prestado la suficiente atención. Transite el viaje de
autoconocimiento más profundo de mi vida y pude surcar hasta en los rincones más
profundos de mi mente, el porqué de muchos de mis comportamientos y reacciones.
Dueño de un carácter más que explosivo, trabaje en el como uno de mis objetivos
más sólidos y también capitalice todos los contactos interpersonales del viaje.
Agudice el verdadero valor de mis “necesidades” viviendo durante casi dos años
con los más mínimo e indispensable, y probablemente nunca haya sido más feliz
en mi vida si lo mido en días de corrido. Este proyecto se cerró y doy comienzo
a un nuevo capítulo de mi vida. La magia de lo incierto lo convierte en una
nueva aventura, esta vez sin la necesidad de estar lejos de lo que considero mi
casa. Gracias a todos los que fueron parte de este viaje increíble.